Día de la Lealtad: el justicialismo celebra 76 años del día en el que la clase trabajadora cambió para siempre el destino del país
Y de hecho, varios fueron intervenidos por el Gobierno. A partir de ahí, algunos de los principales representantes de los trabajadores optaron por evitar la confrontación con el gobierno y tender líneas de diálogo con los sectores menos antisindicales que rodeaban al entonces presidente de facto Pedro Pablo Ramírez. Entre ellos, el coronel Juan Domingo Perón, director del Departamento de Trabajo.
A través de ese diálogo, los sindicalistas consiguieron elevar la jerarquía del organismo a cargo de Perón a Secretaría de Trabajo y así pudieron satisfacer algunos de sus reclamos: se crearon los tribunales de trabajo; se extendió la indemnización por despido a todos los trabajadores; más de 2 millones de personas fueron beneficiados con la jubilación; se sancionó el Estatuto del Peón de Campo y el Estatuto del Periodista.
También se creó el Hospital Policlínico para trabajadores ferroviarios; se prohibieron las agencias privadas de colocaciones; se crearon las escuelas técnicas para obreros; en 1944 se firmaron 123 convenios colectivos que alcanzaban a más de 1,4 millones de empleados y al año siguiente otros 347 para casi 2,2 millones.
Adicionalmente, se logró la derogación el decreto que reglamentaba la vida de las entidades gremiales, emitido en los primeros meses tras el golpe militar. Con esta libertad y esas reivindicaciones satisfechas, son años de gran crecimiento de los sindicatos, cuyo poder se ve rápidamente afianzado.
En ese marco se hacen sentir en las calles y hacia el interior del gobierno las presiones de los sectores económicos más poderosos y de los sociales más conservadores: apuntan a las reivindicaciones alcanzadas por la clase trabajadora y a quien encarnó este proceso, Perón, entonces simultáneamente secretario de Trabajo y Previsión, secretario de Guerra y vicepresidente.
Debido a esas presiones, que influyen fuertemente en altos mandos militares, Perón es obligado a renunciar a todos sus cargos. Mientras tanto, se lleva a cabo en el Círculo Militar una reunión con casi 300 oficiales que decidió el rumbo inmediato a seguir. Entre sus planteos, aparece la convocatoria a elecciones y la detención del ex secretario de Trabajo y Previsión.
El 11 de octubre, Perón y Eva Duarte, junto a algunos allegados, viajaron en auto a San Nicolás y de allí a una isla del Delta. No pretendían ocultarse. De hecho, al día siguiente se emitió la orden de detención y Domingo A. Mercante, instruido por Perón, dijo a la policía dónde se encontraba.
El 13 de octubre fue detenido y trasladado en la cañonera Independencia a la Isla Martín García. El título de tapa del diario Crítica fue entonces el siguiente: “Perón ya no constituye un peligro para el país”.
El 15 de octubre la FOTIA declaró en Tucumán una huelga general, lo mismo que varios sindicatos de Rosario. En Berisso y Ensenada los obreros realizaron una gran movilización, igual que en Valentín Alsina, Lanús, Avellaneda y otras localidades del sur del Gran Buenos Aires. El pedido de libertad de Perón comenzó a correr como reguero de pólvora.
En la noche del 16 se reunió el comité confederal de la CGT y decidió una huelga para el 18. Entre sus reclamos no aparecía la libertad de Perón ni convocar una marcha para el día siguiente. Pero el debate que circulaba en la base y el llamado al paro impulsaron una movilización espontánea que escapó al control de la dirigencia.
Desde la madrugada de aquel 17 de octubre comenzaron a marchar obreros desde La Boca, Barracas, Parque Patricios y de los barrios populares del oeste de Capital, así como del sur y las zonas industriales de los alrededores. Los trabajadores no ingresaban a las fábricas y se movilizaban como podían a Plaza de Mayo.
Mientras el presidente Edelmiro J. Farrell y el nuevo ministro de Guerra, general Eduardo Ávalos, observaban a los manifestantes y consideraban que se disolverían con el transcurrir de las horas, ocurría exactamente lo contrario: más y más columnas de obreros, hombres y mujeres, se sumaban al reclamo.
Ávalos decidió entrevistarse con Perón en el Hospital Militar, con quien acordó que hablaría a los manifestantes para tranquilizarlos, no haría referencia a su detención y obtendría que se retiraran pacíficamente; a cambio, él obtendría su libertad y el gabinete nacional renunciaría en su totalidad, en el marco de la convocatoria a elecciones generales para febrero de 1946.
A las 23.10 salió al balcón de la Casa de Gobierno. “Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en sentimiento y en número”, dijo.
Y agregó, tras prometer que continuaría con su defensa de los trabajadores y las reivindicaciones logradas: “Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha, ahora también, para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo”.
Ese día, la realidad política de la Argentina fue puesta patas para arriba. La clase obrera en su conjunto decidió patear el tablero y forzó hasta al propio Perón a rever su decisión de retirarse de la vida política, como tenía planeado. Incluso hizo cambiar de opinión a jefes militares que poco antes habían pedido el retiro del coronel.
Así, el 23 de octubre Perón comenzó con la campaña política que al año siguiente lo llevaría a la Presidencia de la Nación. Durante los años posteriores y hasta la fecha, el ritual se repite: el Día de la Lealtad es cita impostergable para el pueblo peronista.